domingo, 24 de abril de 2011

La Oración de Jesús en el monte de los Olivos



Jesús, Dios Omnipotente, que te hiciste débil a causa de nuestros pecados, te resultan familiares los gritos de los perseguidos, que son eco de tu agonía. Ellos preguntan: ¿Por qué esta opresión? ¿Por qué esta humillación? ¿Por qué esta prolongada esclavitud?

Vuelven a la mente las palabras del Salmo: «Despierta, Señor; ¿por qué duermes? Levántate, no nos rechaces más. ¿Por qué nos escondes tu rostro y olvidas nuestra desgracia y opresión? Nuestro aliento se hunde en el polvo, nuestro vientre está pegado al suelo. Levántate a socorrernos» (Sal 43, 24-27).
No, Señor. Tú no usaste este Salmo en Getsemaní, sino que dijiste: «Hágase tu voluntad». Podrías haber convocado doce legiones de ángeles, pero no lo hiciste.

Señor, el sufrimiento nos da miedo. Se nos presenta de nuevo la tentación de aferrarnos a los medios fáciles del éxito. Haz que no tengamos miedo del miedo, sino que confiemos en ti.


Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.



Stabat mater dolorosa, 

iuxta crucem lacrimosa,
dum pendebat Filius.



Mientras que el Señor oraba en la mayor ansiedad, he aquí que el ángel del Señor, el príncipe de la milicia celestial, Miguel, se acerca, lo sostiene y le dice: “Salve, Jesús mío; he ofrecido a tu Padre, en presencia de toda la corte celestial, tu oración y tu sudor de sangre, y todos, prosternándonos, hemos suplicado que este cáliz se aleje de ti”. El Padre nos has respondido “Mi amadísimo hijo sabe que la redención del género humano, que tan vivamente deseamos, no se puede efectuar sino por la efusión de sangre. Si quiere la salvación de las almas es preciso que muera por ellas”.  Y Tú ¿que decides? El señor Jesús respondió al ángel: “Quiero absolutamente la salvación de todas las almas, y prefiero morir para que sean salvas estas almas que mi Padre ha formado a su imagen, que de no morir y no dejarlas sin rescate. Que se haga pues la voluntad de mi Padre”. Y el ángel entonces: “Confórtate, Señor, obra valerosamente; conviene al Altísimo el hacer grandes maravillas y al que es magnánimo por excelencia soportar crueles adversidades. Los suplicios luego pasarán, y serán seguidos de una eterna


Padre clementísimo, yo te suplico que escuches mis ruegos y no desatiendas mis súplicas. Mírame y óyeme, porque estoy atribulado, mi espíritu inquieto y mi corazón turbado. Inclina hacia mí tu oído, y escucha mi ruego. Te plugo, Oh Padre mío, enviarme al mundo para satisfacer la injuria que el hombre te había hecho y al punto acepté para cumplir tu voluntad; sin embargo, Padre mío, si es posible, líbrame de esta amargura cruel que mis enemigos me preparan. Han seducido a mi discípulo, se han servido de él para perderme, y le han dado en pago treinta monedas de plata. ¡Oh! Padre mío, yo te ruego que apartes de mi este cáliz…  Mas no se haga mi voluntad sino la tuya. Padre mío, levántate para ayudarme, apresúrate a socorrerme”

No hay comentarios:

Publicar un comentario